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Hace algún tiempo, durante mi rol acompañando la formación docente, tuve la oportunidad de presenciar un debate estudiantil sobre la legalidad del aborto. La dinámica propuesta por el maestro inició con una provocadora pregunta: “¿Estarías a favor del nacimiento de un niño destinado a tener una vida miserable?”. Esta cuestión, junto con otras similares, despertó un gran interés en los estudiantes, quienes previamente habían investigado sobre el tema.
¿Qué sucede cuando prevalece la popularidad sobre los argumentos?
A pesar de haber investigado, noté que durante el debate los estudiantes no recurrían a sus notas ni investigaciones, sino que eran arrastrados por las emociones y opiniones de sus compañeros. Particularmente, cuando un estudiante, socialmente reconocido y popular, lanzó una opinión impactante pero débilmente argumentada, gran parte de la clase adoptó su postura, buscando inconscientemente la seguridad que otorga la aceptación social. Esto puso en evidencia cómo la necesidad de aprobación puede eclipsar la lógica y el pensamiento crítico.
Sin embargo, algunos pocos estudiantes tuvieron el valor de cuestionar esta postura popular, presentando argumentos sólidos y evidenciando la superficialidad del argumento inicialmente aceptado por la mayoría. Otros estudiantes parecían estar de acuerdo con estos argumentos críticos pero temían expresarlo abiertamente para no perder su lugar en el grupo.
Pensamiento crítico: clave para superar la presión social
Al salir del aula reflexioné sobre la urgente necesidad de fomentar de manera efectiva el pensamiento crítico en la educación. Recordé la idea del “hombre masa” de Ortega y Gasset, quien en 1930 ya señalaba el riesgo de seguir acríticamente a la mayoría. Frente a este panorama, la enseñanza del pensamiento crítico es una herramienta indispensable que ayuda a los estudiantes a enfrentar problemas cotidianos, cuestionar lo establecido y superar la presión social.
Matthew Lipman, un reconocido filósofo y educador, señala que una educación adecuada en pensamiento crítico permite a los estudiantes analizar la realidad desde múltiples perspectivas, fortaleciendo su autonomía ante las presiones sociales. Esto implica que la tarea educativa consiste en proporcionar herramientas para cuestionar, argumentar y reflexionar más allá de lo aparente, combatiendo así el conformismo intelectual.
El papel del maestro como provocador de pensamiento crítico
Desde esta perspectiva, el maestro cumple un papel esencial como provocador intelectual en el aula. No se trata de imponer su propia visión del mundo, sino de fomentar que cada estudiante descubra y fortalezca su propia voz crítica. Esto se logra mediante preguntas adecuadas que desafíen opiniones superficiales, especialmente aquellas aceptadas simplemente porque son populares.
Para desempeñar eficazmente este rol, el maestro necesita estar bien informado sobre el contexto actual y desarrollar una sólida competencia crítica en su formación pedagógica. La educación debe ir más allá de transmitir conocimientos; como decía Paulo Freire, “enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las condiciones para su construcción crítica y autónoma”.
Conclusión
En definitiva, cultivar el pensamiento crítico en las escuelas no solo ayuda a los estudiantes a argumentar de forma más sólida frente a situaciones complejas, sino que también les permite independizarse de opiniones condicionadas por la popularidad o la aceptación social. Solo así formaremos individuos capaces de transformar positivamente la sociedad mediante argumentos bien fundamentados y decisiones autónomas.